miércoles, 2 de diciembre de 2009

La inmigración, ¿problema de pocos?


Es curioso que hoy por hoy en muchos países la inmigración se vea con malos ojos. ¿Por qué no dejamos de mirar al prójimo y nos miramos a nosotros mismos? ¿Cómo se le ocurriría a un español en toda regla ir en contra de la inmigración? Nosotros, el pueblo español, ¿cuántas veces nos hemos visto obligados a emigrar? Sería de agradecer un poco de empatía en cuanto a aquellos trabajadores, familias y ante todo PERSONAS que vienen a España en busca de una vivienda digna y empleo digno. Dignidad, creo que esa es la palabra que deberíamos atribuir a todos esos pobres indefensos que se juegan la vida cruzando el mar en patera.

Es cierto que en muchos casos (en especial, los jóvenes magrebíes) no consiguen integrarse en nuestra sociedad, pero eso también está en nuestras manos. Si les damos la espalda y no ofrecemos una educación basada en la igualdad poco se habrá de esperar de ellos. Hay que confiar en que la educación sea la que nos libre de vandalismo por parte de los inmigrantes no integrados, y de racismo o desprecio por parte de algunos españoles.

Seamos razonables, la prohición de cultos o de elementos que hagan alusión a otras religiones no es el camino que debemos emprender. Apostemos por insistir en la educación, por una educación laica en la que las personas sean tratadas como lo que son, personas. El Estado debe adoptar un sistema de integración eficiente que enseñe a los niños de otras culturas a vivir bien en España sin tener que renunciar a sus orígenes. Eso sí, respetando la laicidad de dicha educación. Las personas no deben depender de las religiones, al menos, en España. Las personas tampoco son máquinas, así que una adaptación es más necesaria que la prohibición directa.

Aunque el verdadero problema, la semilla de todos los males, proviene de los países subdesarrollados en los que uno no puede aspirar a una vida estable. Mientras en este mundo haya sinvergüenzas y caciques como gobernadores en África, América y Asia los países desarrollados verán sus tasas de inmigración subir como la espuma. Digámosle a Mugabe (presidente de Zimbabwe) que interrumpa la gala de su cumpleaños y démosle una palmadita en la espalda para que no se atragante con la tarta, no vaya a ser que el pueblo se quede sin él y que los pobres granjeros y pocos comerciantes que mantienen la casi extinta llama que los salva de la oscuridad lleven al desarrollo a su país.